viernes, 5 de febrero de 2010

Hay un costado de mí.

Hay un costado de mí que es el que más me gusta. En él soy fuerte, invensible, y con mis brazos enormes hago infinidad de cosas. Con mis brazos interminables encuentro los otros descomunales brazos del resto del mundo. En ese costado de mí soy igual a los demás y mis brazos no tienen más función que la que cualquier otro hombre no pueda realizar.
Hay un costado de mí que prefiero ante cualquier otro. Él realza los demás costados dolorosos o chiquitos.
No se trata de idiología, ni de pasiones, ni de política. En mi costado me siento humana, pensante y en acción. En mi costado me enorgullezco de pensar como pienso y de aprender lo que aprendo. Me enorgullezco de leer las cosas que leo, y de corregir las cosas que verdaderamente están mal. Hay cosas en el mundo que son incorrectas y no son, casualmente, las que hoy día se penan como negativas o fuera de la ley.
La peculiaridad de mi costado es que cada vez se hace más y más grande, progresa y carcome, no pide permiso... Se magnifica.
Va a llegar el momento en el que mi costado deje de ser costado y se haga uno. Ese día no tendré más que hacer justicia con las convicciones que mi todo considera, y será él junto a tantos todos los que no permitan que los niños jueguen descalzos a orillas del Riachulo.
Los menos dejarán de ser menos, y los más dejarán entonces de ser más, para al fin ser un todo repleto de personas distintas con iguales derechos. Un todo que al principio y desde siempre fue costado, dejará de serlo...

Anhelo no falte tanto.