miércoles, 25 de noviembre de 2009

"Cuando crezcas voy a poder explicarte mejor", le dice ella al niño y se aleja atemorizada ante el bombardeo de preguntas sin respuestas aparentes.
Sonríe. Sonríe sin razón, frente a tanta lágrima acumulada. Ella y su hijo, solos en un mundo que los aparta. Hambrientos de cariño caluroso, con ganas de dormir, sólo de dormir horas y horas abrigados sin necesidad de despertar sobresaltados por el ruido estrepitoso de los trenes que llegan y se van.
"Suficiente por hoy", le dice al oído al niño que carga en sus brazos. Niño moreno poseedor de ojos color café con leche, quien la abraza y le pide por favor volver a casa con papá, por favor, con papá.
La respuesta es siempre la misma. "No se puede, papá se fue lejos porque sí." El niño no entiende, nunca entendió, pero simula que sí porque siente algo raro en el pecho cuando eso le contesta.
Él sabe que las marcas que su madre lleva para siempre fueron provocadas por su progenitor; de igual manera necesita verlo, necesita verlo y abrazarlo fuerte porque su cuerpo es grande y lo protege de la calle.
No lo hace por ella, por esa mujer fuerte y débil que huyó una vez de su casa con temor, con un bolsito lleno de objetos que de nada sirven.
No lo hace porque ella aún está despierta. Pero cuando consiga conciliar el sueño entre éstos cartones viejos, papeles de diario que no puede comprender porque ya se le ha olvidado la capacidad de leer; cuando consiga conciliar el sueño de una vez, entre tanta mugre y gente que va y viene, él saldrá corriendo de la estación de tren, correrá entre tanto zapato limpio y con sus alpargatitas rotas tratará de ir pidiendo perdón con la cabeza gacha.
Así llegará a la casa de su padre, llamará a la puerta y pedirá por favor, mamá está muriéndose y yo todavía soy muy chiquito para cargarla en mis hombros y sacarla de allí.
Toca la puerta, se muerde los labios, vuelve a llamar, ni un sonido del otro lado, así se queda el niño, parado ante la puerta despintada, con su tan conocido nudito en la garganta que lo hace chiquito, pero su alma de grande le dice que no, que ni se le ocurra llorar, y que vuelva a la estación de tren, porque su madre ya está despierta.